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domingo, 29 de noviembre de 2009

VIRGILIO Y LA ENEIDA

VIRGILIOYLA ENEIDA

En la deleitación que nos produce la lectura de una obra como la Eneida no supondrá un ataque excesivo a la inteligencia del poeta el que, de la mano de Rubén Bonifaz Nuño , destripemos algunos aspectos que nos ayuden a una mejor comprensión del hombre y de su época.

 La lucha de Eneas. Eneas se queja : “ Por qué a tu hijo, cruel tu también, tantas veces con falsas imágenes burlas? Pregunta el héroe a su divina madres.
Dixit, et avertens rosea cervice refulsit
Ambrosiaque comae divinum vertice odorem
Spiravere; pedes vestis defluxit ad imos,
Et verra incessu patuit dea. Ille, ubi matrem
Agnovit, tali fugientem est voce secutus:
“Quid natum totiens, crudelis tu quoque, falsis
Ludis imaginibus?...

Eneas se queja de haber sido engañado tanto por los hombres como por los dioses, incluida su propia madre y se aferra al sueño de ser humano y le obligan a que sueñe otro sueño, cuyo significado no alcanza a comprender: el sueño de la voluntad divina, de fundar una ciudad en la que reine la luz y la paz. Un sueño que Eneas no quiere soñar, que no le pertenece, que se le impone. Por tanto, nuestro héroe, atrapado por sus deseos, quiere pensar que le engañan, que lo verdadero es lo que tiene existencia transitoria: la vida humana sujeta al dominio de las pasiones, efímera y por lo tanto falsa.

Por otro lado sus visiones, sus sueños premonitorios, los avisos divinos, las imágenes convocadas para dirigirlo representan la verdad. En su confusión juzga prisión la libertad y libertad la prisión. En virtud de esta inversión del juicio, se fatiga, es hostigado, muerto, resucitado, mientras viaja entre las ruinas de una ciudad que ya no existe y los cimientos de otra que aún no es.

Se mueve en dos niveles de duración:

1. El tiempo, en el que ocurren y dejan de ser los acontecimientos, determinados por el accidente.
2. La eternidad, sin relación con un antes y un después.


Pero estos niveles no pueden ser concebidos uno sin el otro, ya que el hombre hace en el tiempo tiene su cumplimiento en la eternidad:

Progeniem sed enim troyano a sanguine duci
Audierat. Tyrias olim quae vertere arces;

( Más también había oido (Juno) que un renuevo de sangre troyana saldría, que las torres tirias iban a voltear con el tiempo. )

Juno habla de la destrucción de Cartago y la fundación de Roma antes de que ambas civilizaciones nacieran, ya que la eternidad es el ámbito de la actuación divina. La diosa, consciente de la inevitabilidad de los hados, luchará contra ellos y enfrentará al héroe con tres pasiones: el deseo de una muerte gloriosa, el amor y el deseo de habitar inmediatamente una ciudad, que estarán englobadas en el deseo de Eneas de no salir de su pasado, y por ello sucumbirá porque coinciden con su engañoso sueño humano; sólo la intervención de los hados le impondrán la necesidad de realizar lo que es verdadero:



Arma virumque cano, Troiae qui primus ab oris
Italiam, fato profugus, laviniaque venit
Litora…

 El enfrentamiento o la oposición interna del hado.

Esta oposición se puede reducir a la antítesis Júpiter/Juno. Juno, a pesar de que sabe que no puede vencer a los hados, se esforzaba en apartar a Eneas de su destino y con la ayuda de Eolo los llevaba por mares y tierras desconocidas, que Júpiter les cerraba, provocando grandes desgracias a los teucros. Este hecho lo conoce Eneas cuando dice: Nos alia ex aliis in fata vocamur ( Liber III)

 Los mensajes divinos. Para comunicar su voluntad a Eneas los hados se valen de procedimientos variables: intervención directa de un dios o de un portento sobrenatural, una visión que se acerca a Eneas en su sueño o en lo que él cree que es su vigilia, o se le revelan por medio de la declaración de un oráculo. Este vehículo será utilizado por muchos autores y de la manera más brillante por William Shakespeare en Hamlet.

- Las tentaciones de Eneas. Juno provoca a Eneas con una tentación fundamental: permanecer en su propio pasado, en el que es sobre todo un ser humano. Esta tentación presenta tres rostros diferentes:

- La aspiración a una muerte gloriosa. En el libro II se muestra como sucumbe a esta tentación. Aunque Héctor le comunica la decisión divina de que abandone Troya y lleve consigo a sus dioses penates con el objeto de rodearles con las murallas de una nueva y magna ciudad , su sueño humano le arrastra al furor y la ira y lo empuja a ver la belleza de la muerte en combate. Esta demencia, que le aparta del sueño que le es ajeno, se prolongará largo tiempo en el que no evitará ningún riesgo. A los desesperados que se agrupan a su alrededor les dice: “… moriamur, et in media arma ruamos”. Pero la muerte de Príamo le horroriza y al buscar a sus compañeros se da cuenta de que todos han muerto o huido.

Entonces la tentación de la muerte es sustituida por la tentación del amor. En primer lugar le embarga el amor a sus seres más queridos, su padre Anquises, su mujer Creusa y su hijo Ascanio. Cuando va en busca de su padre pasa frente al tempo de Vesta y ve escondida cerca de los altares de Vesta a Helena, a la que, embriagado por su locura, intenta asesinar, disuadiéndole su madre Venus. Cuando su padre se niega a abandonar la ciudad arruinada, Eneas opta de nuevo por el combate con la esperanza de matar a muchos antes de que lo mate: “…numquam omnes hodie moriemur inulti”
- La fundación de una ciudad. La barrera más importante que se levanta entre la voluntad de Eneas y las órdenes del hado es el imperativo de fundar cuanto antes una nueva Troya en que alojar a sus Penates. La crueldad de los hados devendrá en que, después de su gran sacrificio humano, ni siquiera pueda ver el nacimiento de su nueva patria. Desde que la sombra de Creusa ( su esposa) se comunicó con él sabía que era Italia el lugar elegido por los dioses para la fundación de la nueva Troya; él intentará constantemente, aferrándose a su pasado ( su ser humano), desobedecer a los hados intentando construir una ciudad, en la que vivir en paz, cuanto antes. Su sueño de hombre le inclina a lo inmediato; el futuro le obliga a combatir con pueblos soberbios por imperativo divino. Mientras, Juno le irá inspirando estas moradas tranquilas o sedes quietas, aprovechando la debilidad de Eneas. Nuestro héroe, frustrado, no se siente fundador sino un desterrado que lleva sobre sí la carga de su descendencia y sus dioses: “…Feror exsul in altum cum sociis natoque, penatibus et magnis dis”. Por tanto querrá terminar el destierro y desprenderse de la carga en los primeros lugares a donde su viaje le lleve y desoyendo al espectro de su propia esposa Creusa intenta fundar la patria en la primera tierra a la que llega: Tracia. Pero los hados no están de acuerdo y envían a Polidoro para obligarle a seguir su camino. Después se dirige a Creta y funda una ciudad a la que llama Pergamea, pero los dioses le mandan una epidemia desastrosa, forzándole de nuevo a abandonar su proyecto. Más tarde intentará establecerse en Cartago y Sicilia.

- El amor. En principio, como ya hemos dicho, se siente invadido por el amor a su padre, Anquises, su esposa, Creusa, y su hijo Ascanio. En las puertas de Troya se percata de que ha perdido a su esposa y esta pérdida lo saca de la obediencia a los dioses y lo sujeta otra vez a la tentación de soñar del todo su sueño de hombre; vuelve a tomar las armas y regresa a la ciudad, al centro de los combates y matanzas, pero ahora no busca la muerte sino el amor y camina por las calles vacías, regresa a las ruinas de la que fue su morada. Contempla las consecuencias de la derrota de los suyos, ve las riquezas robadas, la violencia hecha a las mujeres y niños… Por fin, el espectro de su esposa se le aparece , le habla y le explica porque la ha perdido; Eneas, que no quiso creer las palabras de la sombra, que eran verdaderas, intenta abrazar su cuerpo, que es falso. Es decir, no quiere admitir el futuro que le señalan los hados, sino que pretende asirse a su pasado humano, muerto ya, que los hados le niegan.

Más tarde Cartago será la almendra del sueño humano de Eneas, donde creerá encontrar su propio pasado que querrá prolongar contra los dictados divinos. Allí encuentra todo lo que puede suprimir la libertad de un hombre: la pasión, el amor, la mujer, la ciudad. Con este objetivo, el de apartarle de su destino verdadero, se la ofrecerá Juno, que le arrastra a su condición humana.

Algunos comentaristas, confundidos, ven situaciones paralelas entre Dido y Eneas, que los hacen semejantes: ambos expulsados o huyendo del lugar en que habían encontrado su justificación sobre la tierra, son impelidos por fuerzas extrañas a fundar una ciudad. Pero este paralelismo es exterior ya que hay diferencias y oposiciones insalvables entre ambos: Eneas pretende sumergirse en la inconsistencia de su sueño de hombre, cuando, en última instancia, tiene que soñar el sueño que le imponen los dioses. Dido se ve reducida a su puro sueño humano, no puede escapar de su pasión, no es capaz de soñar una ciudad eterna. Su muerte, incluso, es independiente de lo dispuesto por el hado. Puro instrumento humano de los dioses, aparece, en su propia desventura, como una simple prueba para Eneas, sin valor ni esperanza para ella misma., mientras que la grandeza del héroe radica en el hecho de que subordina su voluntad a la del hado, somete su pasión al destino.

Dido duda y cuando sucumbe lo hace con un sentimiento de culpa contra la fidelidad a su marido muerto (Siqueo), contra el pudor, contra su fama intachable, contra el designio fatal que conduce a Eneas a una tierra desconocida.

El conflicto de Eneas tiene su raíz en que los dioses le niegan la facultad de rendirse a su condición temporal y mentirosa; el de Dido es que su condición temporal le impide llegar al plano de los dioses. Ella ofrece sacrificios para inclinarlos a su favor, pero los hados han decidido ya su destino. Absorta en su amor apasionado se olvida incluso de proseguir la edificación de Cartago. Juno, cruel, alimenta sus pasiones e incluso le propone a Venus, madre de Eneas, la boda entre ambos infelices; Venus pone una condición: que se informe a Júpiter, al que sabe contrario a estos propósitos. Juno le engaña y no cumple esta condición, por lo que el matrimonio será una farsa. Pero Júpiter, que parecía haberse desentendido de Eneas, al que creía entregado a una fama peor a la que correspondía a su destino, le ordena proseguir su viaje, ya que los dioses no le habían salvado de la muerte para eso, sino para que rija Italia y propague la semilla de Teucro. Se lo debe a su hijo y a sus descendientes; desde el plano de la eternidad llama a los habitantes de Cartago inimica gens, cuando Roma, futura enemiga de los tirios, aún no se había fundado.

Mercurio reprocha a Eneas que edifique la ciudad de su esposa en vez de acelerar el principio de la de los futuros romanos. Eneas, aterrado, se dispone a obedecer y abandonar las tierras de Cartago; su mayor problema es convencer a Dido de que le deje partir, pero ella le acusa ya que no entiende que le deje para obedecer algo que le es ajeno, dando por inexistente lo que no es capaz de comprender. Intenta ablandar a Eneas con ruegos y lágrimas, pero éste le responde que se ve forzado a realizar una vida que no le place y hace de nuevo referencia a los sueños que, venidos de fuera de él, lo aterrorizan, y, especialmente la presencia del fantasma de Anquises que le recuerda las órdenes de la eternidad. Sólo la intervención de los dioses le ha constreñido a la obediencia : “ Italiam non sponte sequor” Más tarde, cuando se encuentre con la sombra de Dido en el Eliseo, le dirá también: “ Contra mi voluntad me aparté de tu costa”

Pero sus palabras no convencen a la reina, que las considera afirmaciones sin sentido; lo amenaza, se burla de él y lo llama mentiroso, afirmando que los dioses, los quietos, no se injieren en la vida de los hombres. Pero Dido es inútil ya como instrumento de los hados, cumplido ya su papel de colocar al hombre frente a la prueba. Precipitada en su sueño desde su sueño ve que sus ofrendas a los dioses se corrompen al instante, ya que no admiten nada de ella, por lo que se enfrenta a lo único que no le han quitado, o que, al menos, ella cree que no se le ha quitado: la facultad de darse muerte. Ella sola resuelve el momento y la forma de su óbito, cuando ya no puede aguantar más un amor que le niega hasta el sueño.

Mientras Eneas duerme, hechos todos los preparativos para la marcha, Mercurio le incita a partir de inmediato; el héroe obedece de manera que parece que sólo su cuerpo despierta y obedece, mientras su ánimo permanece sumergido en el sueño que soñaba, cubierto por la seguridad del pasado que no quiere abandonar.

Cuando Dido se percata de la partida, tras haber mandado construir una pira sobre la que ha colocado una efigie de su amado, se arroja sobre la espada de éste, prenda de su amor. Pero, como los hados no habían dispuesto su muerte, la reina no puede arrancarse de la vida, a pesar de su cuerpo traspasado cruelmente. Sólo cuando el dolor se prolonga y persiste la dificultad de conseguir la muerte, Juno, causante de todas sus desgracias, se apiada de ella y manda a Iris a que separe en ella la vida y el cuerpo.

De esta maner, el paralelismo muy superficial entre Dido y Eneas se ha transformado en un contraste definitivo: el de la pasio y el detino, la esclavitud y la ley.

 La última intervención de Juno. La diosa intentará otras veces desviar a Eneas de su destino, y aniquilar a Eneas y a los suyos. Los troyanos, fatigados del largo viaje, miran con desesperación el mar que tienen que cruzar todavía y desean establecerse definitivamente en el lugar donde están. Las mujeres presionarán en esta dirección. Nautes le propone que funde en Sicilia una ciudad en la que deje a los viejos y a las mujeres, ya sin fuerzas, y se lleve a los más esforzados. Pero, antes de conducir a Italia a lo mejor de su gente, debe bajar a las casas del infierno, donde se reunirá con su padre; para acompañar al muerto, él, en alguna forma deberá estar muerto también. Eneas, que está en trance de despertar; despertará finalmente y ya despierto deberá morir para tener, por último, la facultad de nacer a la realización de la obra que le había sido encomendada. Neptuno exige, para llevar a cabo este plan, que un troyano muera por los demás, como sacrificio a los dioses: el piloto Palinuro, cuyo muerte utilizará Eneas para bajar a los infiernos.
- La muerte. Al descender a los mundos inferiores, ve las sombras de los insepultos que se aglomeran al borde de la laguna Estigia. Entre las sombras reconoce a Dido. No visita el Tártaro, vedado a los piadosos, aunque la Sibila le hace un relato de los castigos que allí sufren las almas, sino que se apresura a dirigirse al Eliseo, donde mora el alma de Anquises y donde todo es paz y apacible luminosidad, e incluso verá héroes del futuro como Julio César con los miembros de la familia Julia, Augusto…que le permiten ver la grandeza que alcanzará Roma.
 El renacimiento de Eneas. Eneas ya ha adquirido, en el sueño, en el despertar y en la muerte la experiencia que le era indispensable para nacer a la consumación de lo dispuesto por los hados, y espera ya sólo el momento de su nacimiento. El sueño tiene dos puertas: una de marfil, otra de cuerno. Por la primera tienen salida las falsas visiones, por la segunda las verdaderas. Una va a la eternidad, otra al tiempo. Anquises lo envía por la única que es posible, dado que el trabajo futuro de Eneas, la fundación de la urbe, tienen que hacerse cierta en el tiempo, en el mundo de los hombres, entre la falsedad de lo transitorio; así pues llegado el momento de hacer renacer a su hijo, Anquises lo mandará por la puerta de marfil. De haber salido por la puerta de cuerno, el héroe hubiera entrado de modo directo en la eternidad, lo verdadero, sin poder cumplir su tarea personal.















































ENEIDA
LIBER II


Laocoon, ductus Neptuno sorte sacerdos

sollemnes taurum ingentem mactabat ad aras.

Ecce autem gemini a Tenedo tranquilla per alta

(horresco referens) inmensis orbibus angues

incumbunt pelago, pariterque ad litora tendunt;

pectora quorum inter fluctus arrecta jubaque

sanguinae superant undas; pars cetera pontum

pone legit, sinuantque inmensa volumine terga

Fit sonitus spumante salo; iamque arva tenebant

ardentesque oculos suffecti sanguine et igni.

Sibila lambebant linguis vibrantibus ora.

Diffugimus visu exangues; illi agmine certo

Laocoonte petunt; et primum parva duorum

corpora natorum serpens amplexus uterque

implicat, et miseros morsu depascitur artus;

post ipsum auxilium subeuntem ac tela ferentem

corripiunt, spirisque ligant ingentibus

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