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jueves, 24 de marzo de 2011

Cleopatra. Joseph L. Mankiewicz.







La recreación de un personaje mítico como la reina de Egipto Cleopatra fue realizada en 1963, cuando el cine era un espectáculo, el filme era precedido por una obertura de la música de la BSO, con la pantalla en negro y la película se dividía en dos partes (como en el teatro), en la que el público salía de la sala, fumaba su cigarro o tomaba su refresco y luego volvía a sus asientos. El espectador era atraído al cine por el carisma del actor, sin tan siquiera preguntarse por quién dirigía la cinta. Hoy han desaparecidos estos rituales, sea cual sea la duración de la película.





Esto condicionamientos se advierten desde el comienzo del film; lo que menos importaba era la fidelidad a la historia, la etnología, la arquitectura, o la indumentaria de los personajes. Desde la primera aparición de la mítica Elizabeth Taylor observamos que el vestuario está confeccionado ad usum de la actriz, cuidando que le favorezca, y que todo el atrezzo contribuye al realce de la diva. Poco importa que Julio César, interpretado por el gran Rex Harrison, pero con escasos signos de romanidad se cubra de púrpura, con cetro y corona, cosa inimaginable en los últimos estertores de la República, (lo hubieran matado antes de lo que lo hicieron) o que su hijo fuera vestido igual que él; que Calpurnia asistiera, rodeada de otras matronas romanas, a la entrada triunfal de la exótica reina, en una Roma tan conservadora, cuyo modelo de mujer era Lucrecia, que se suicidó por no presentarse ante su marido deshonrada. La poligamia no era legal en Roma y Cesarión nunca fue reconocido como hijo suyo.




La entrada en la urbs de Cleopatra es un auténtico espectáculo, con hechiceros y bailes tribales de negros, inexistentes en Egipto; este desfile recuerda a los de las fiestas populares de muchas ciudades con su brillo y su boato imaginativo; la monumental carroza en forma de esfinge podría circular por las calles del Carnaval de Brasil. El desconocimiento de las instituciones romanas y del protocolo senatorial es sangrante. El guionista no sabe qué es un emperador, ni un rey y lo demuestra.



Cleopatra y Julio César

Este es el tono de todo el film, sin que falte el detalle morboso de los ataques epiléticos de César, no El César. Pero no se pueden confundir las cosas; Mankiewicz hizo magistralmente lo que quiso: una historia de gran belleza y glamour, protagonizada por una auténtica 'diva' de ojos azul-violáceos, de la que el propio Richard Burton, que representaba a Marco Antonio, quedó prendado.Un gran film para ser disfrutado, no para ilustrarse.



Cleopatra y Marco Antonio


El alcance histórico del gran Julio César y de su hijo adoptivo Octavio no tiene ningún reflejo en el film, y Marco Antonio no es ni tan siquiera una débil réplica del también distorsionado personaje de la adaptación de la obra de Shakespeare. Tanto Julio César como Cleopatra son muy teatrales; en esta última dominan los interiores donde se producirán las intrigas palaciegas y se desatarán los amores más apasionados inspirados por una mujer, ya entradita en años, que enloqueció a los hombres de su tiempo.





Film representativo del esplendor hollywoodiense, supuso un gran tropiezo para su director; hoy se reconocen los valores cinematográficos de una cinta clásica y convencional, en la que la figura femenina, dotada de sermiradaidad será recordada y admirada por los espectadores de todos los tiempos. Hoy, un día después de su muerte, en el que se discute cómo y cuándo será enterrada, le rendimos este homenaje.

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